Quien aprende a esperar se convence de que (casi) todo llega: entramos a Abbey Road Studios

Domingo 5 de agosto de 2018

Recuerdo una tierna escena en una temporada de la serie Friends en la que el personaje llamado Phoebe Buffay -interpretado por Lisa Kudrow- encuentra a su madre, a quién no veía desde chica por haber sido abandonada. Buscando recomponer de alguna manera la relación cuando parecía que no tenía retorno, buscan desesperadas cosas en común para justificar el seguir juntas de alguna manera. Entonces prueban con cosas universales como para hacer click y justificar que son madre e hija y que ese es un vínculo demasiado sagrado y que a pesar de los errores -incluso graves tirando a imperdonables- se justifica el pelearla. Entonces “a mí me gustan los cachorritos” dice una. “ ¡A mí tambien!” dice la otra, fingiendo sorpresa. Y agrega: “y me gusta mucho la pizza”. “A mí también me encanta la pizza!” – grita la otra. Y agrega, la madre: “también me gustan The Beatles”. Y Phoebe, poniendo cara de felizmente “sorprendida” dice: “Vamos, ya tanta coincidencia no es posible ¡yo amo a The Beatles¡”

Bueno, supongo que seguiste el hilo de la escena y de lo que quiero interpretar. The Beatles siguen siendo universales, infalibles y son Patrimonio de la Humanidad. Como el lugar que visité hoy, es Patrimonio Cultural e Histórico de Gran Bretaña.

Hoy, como ayer y anteayer y como el fin de semana que viene, los Estudios Abbey Road se abrieron al público en cantidad limitada para escuchar una lectura -magníficos los oradores Brian Kehew y Kevin Ryan- acerca de la historia de esos estudios antes llamados EMI y que cambiaron gracias a la popularidad de un álbum soberbio lanzado hace 49 años y que fue ensobrado dentro de la tapa más recreada de la historia. Abbey Road, el álbum, hizo aún más famoso a los estudios pero también a la senda peatonal en la esquina de esa calle y que John, Paul, George y Ringo cruzaron en lugar de ir al Everest para sacar la foto como algunos sugerían, ya que ese disco se iba a llamar como la gigantesca montaña de Nepal. Por suerte, privó el pragmatismo.

Pero más allá de que en este lugar grabaron los mayores artistas desde que el sonido se puede registrar cualquiera fuera el formato, todos estábamos por los Fab 4 mientras afuera, en la senda peatonal, cientos de amantes de la música, del rock y de La Banda Que Pintó Al Mundo De Todos Los Colores, seguían frenando al tráfico para recrear la famosa imagen y graffiteando las paredes del muro perimetral del sacrosanto lugar.

Entramos una hora antes de la lectura para poder sacar todas las fotos y videos que se quisiera en el «Estudio 2». Pero antes se ingresa por un pasillo increíble de paredes blancas con fotos de los artistas que pasaron por ahí y es estremecedor ver tanta cantidad de gigantes. El staff, muy amigable, te espera para guiarte, pero también para recordarte que ese pasillo tiene demasiadas imágenes con copyright como para que allí también hagas clicks con tu cámara o celular.

En el recorrido se pasa por al lado del gigantesco Estudio n°1 que se usa primordialmente para orquestas y que -afortunadamente- está a la vista casi en exclusiva por hoy para que lo pudiéramos fotografiar.

Estudio 1

 

Las «vibraciones»

Veamos mi caso: una mañana de mayo pasado estaba en el shop ubicado al lado de estos estudios. Allí, una poster de David Gilmour -uno de los más exitosos músicos que registraron su música aquí- tiene una leyenda donde el mismo Dave exclama algo así como que es cierto que en los estudios -y sobre todo en el n°2, la «casa» de The Beatles- hay ciertas «vibraciones especiales».

Al llegar a mi departamento aquel día, un mail promocionando la exclusiva charla me estaba esperando. Y hoy confirmé que cuando estás en el #2, repito, donde tantos geniales artistas grabaron delicias eternas, lo que sentís es –parafraseando a Star Wars- “La Fuerza”. La Fuerza de The Beatles está allí.

Los fantasmas que sabían cuánto añoraba entrar allí, me hicieron un guiño. La espera concluiría justo tres meses después. Hoy.

Como es de esperar, la lectura es de una profesionalidad, buen gusto y simpatía que completan el ya de por sí alentador panorama. Se muestran «máquinas» usadas para registrar sonidos en esas décadas mágicas.

La famosa escalera que lleva a la sala de control «propiedad» de George Martin casi que tiene que firmar autógrafos. Algunos teclados históricos son exhibidos y cuatro afortunados pianistas del público son invitados a recrear el último acorde de uno de los pocos discos que cambiaron al mundo. Sgt Pepper’s Lonely Hearts Club Band termina con un pianazo de varios pares de manos en varios pianos distintos y cuando estos muchachos lo repiten, escuchás lo «mismo» que escuchaste miles de veces, pero ahora en el mismo lugar donde se hizo ese gesto simple y magnífico. La música de los Beatles es tan increíble y sencillamente rica que cuando uno de los oradores se sienta al piano y dice «a ver si reconocen ésto» y apenas toca una tecla, sabés que The Fool On The Hill fue registrado con ese teclado. O cuando quién te escribe, sentado en el lugar donde John Lennon reventó su garganta parado en ese mismo metro cuadrado durante Twist & Shout -apenas en una toma, recuerden- las piernas se te aflojan de verdad. En los inicios, los de Liverpool tenían «asignada» una esquina del enorme estudio ya que las bandas «pop» eran relativamente nuevas en el mundo de la música grabada, por supuesto, hasta que empezaron a experimentar y apoderarse del resto del sitio.

 

Piano usados en, por ejemplo, Penny Lane, The Fool On The Hill, A Day In The Life

Es difícil transmitir lo que uno siente allí dentro. No caés rápido. Y voy a hablar en primera persona: mi banda favorita cambió el mundo desde este lugarcito. El que posiblemente sea mi disco preferido -Dark Side Of The Moon, gracias Floyd- también se grabó en buena parte en esta habitación. Esta «pieza» que tantas veces vi en tantas fotos y discos, me está albergando por un rato inolvidable y el corazón lo empieza a percibir cuando surge majestuosa la música que sale de los parlantes estratégicamente ubicados. Todas esas canciones, claro, fueron grabadas aquí-.

Muchos de los temas que acariciaron tus oídos y alma, fueron registrados en el estudio 2. Cuando llego me recibe Pink Floyd. Y la primer canción de mi banda -la de casi todos- que escucho en el lugar es In My Life, esa caricia al alma que es una de las pocas en las que John y Paul no se pusieron de acuerdo sobre quién fue el principal compositor, cada uno asumiendo que fue él el que la comenzó. Fueron años muy movidos.

Como comentaba, la célebre escalera que lleva a la sala de control es el preludio a otro lugar vibrante: la consola parece devorarte.

Estar en Abbey Road fue un sueño hecho realidad y algo me dice que si no fuera tan agitada su vida interior, con tantos artistas entrando y saliendo, la apertura al público sería algo más habitual.

«Al final el amor que recibís es igual al amor que brindás» casi que terminaba el famoso álbum que logró que estuviéramos aquí hoy.

Y es que de esta sala, salió demasiado amor como para no corresponderlo. Varios hoy lo hicimos.

ML.

Con los oradores

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